LA SOCIEDAD COMO
REALIDAD SUBJETIVA
INTERNALIZACIÓN DE LA REALIDAD
SOCIALIZACIÓN PRIMARIA
Ya que la sociedad existe como
realidad tanto objetiva como subjetiva, cualquier comprensión teórica adecuada
de ella debe abarcar ambos aspectos. Como ya sostuvimos anterior mente, estos
aspectos reciben su justo reconocimiento si la sociedad se entiende en términos
de un continuo proceso dialectico compuesto de tres momentos: objetivación e
internalización.
Si bien los tres caracterizan simultáneamente
a la sociedad o a cada sector de ella, de manera que cualquier análisis se
ocupe solo de uno o dos de ellos no llena su finalidad. Lo mismo puede
afirmarse del miembro individual de sociedad, que externaliza simultáneamente
su propio ser el mundo social y como realidad objetiva. En otras palabras,
estar en la sociedad es participar en la dialéctica.
Sin embargo, el individuo no nace
miembro de una sociedad: nace con una predisposición hacia la socialiadad, y
luego llega a ser miembro de una sociedad. En la vida de todo individuo, por lo
tanto, existe verdaderamente una secuencia temporal, en cuyo curso el individuo
es inducido a participar en la dialéctica de la sociedad. El punto de partida
de este proceso es lo constituye la internalización: la aprehensión o interpretación
inmediata de un acontecimiento objetivo en cuanto expresa significado, o sea,
en cuanto es una manifestación de los procesos subjetivos de otro que, en
consecuencia, se vuelve subjetivamente significativos para mí. Por ejemplo,
puede estar riéndose en un ataque de histeria, mientras yo creo que esa risa
expresa regocijo. Sin embargo, su subjetividad me resulta objetivamente
accesible y llega a serme significativa, haya o no congruencia entre sus
procesos subjetivos y los míos.
Sin embargo, la internalización
en el sentido general que aquí le damos subyace tanto a la significación como a
sus propias formas complejas. Más exactamente, la internalización, en este
sentido general, constituye la base, primero, para la comprensión de los
propios semejantes y, segundo, para aprehensión del mundo en cuanto realidad
significativa y social.
Esta aprehensión no resulta de
las creaciones autónomas de significado por individuo aislados, sino que
comienza cuando el individuo “asume” el mundo en el que ya viven otros. Por
cierto, que el “asumir” es un proceso original para todo organismo humano, y el
mundo, una vez “asumido”, puede ser creativamente modificado o (menos
probablemente) hasta recreado. Sea como fuere, en la forma compleja de la
internalización, yo no solo “comprendo” los procesos subjetivos momentáneos del
otro: “comprendo” el mundo en el que vive, y ese mundo se vuelve mío. Ahora no
solo comprendemos nuestras mutuas definiciones de las situaciones compartidas:
también las definiciones recíprocamente. Se establece entre nosotros un nexo de
motivaciones que se extiende hasta el futuro; y, lo que es de suma importancia,
existe ahora una continua identificación mutua entre nosotros. No solo vivimos
en el mismo mundo, sino que participamos cada uno en el ser del otro.
Solamente cuando el individuo ha
llegado a este grado de internalización puede considerárselo miembro de la
sociedad. El proceso ontogenético por el cual esto se realiza se denomina
socialización, y, por lo tanto, puede definirse como la inducción amplia y
coherente de un individuo en el mundo objetivo de la sociedad o en un sector de
él. La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa
en la niñez; por medio de ella se convierte en miembro de la sociedad. la socialización
secundaria es cualquier proceso posterior que induce al individuo ya
socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad.
Se advierte que a primera vista
que la socialización primaria suele ser la más importante para el individuo, y
que la estructura básica de toda socialización secundaria debe semejarse a la
de la primaria. Todo individuo nace dentro de una estructura social objetiva en
la cual encuentra a los otros significantes que están en cargados de su
socialización y que le son impuestos. Los otros significantes, seleccionan
aspectos del mundo según la situación que ocupan dentro de la estructura social
y también en virtud de sus idiosincrasias individuales, biográficamente
arraigadas. El mundo social aparece “filtrado” para el individuo mediante esta
doble selección. De esa manera el niño de clase baja no solo absorbe el mundo
social en una perspectiva de clase baja, sino que lo absorbe con la coloración
idiosincrásica que le han dado sus padres (o cualquier otro individuo encargado
de su socialización primaria). El niño de clase baja no solo llegara a habitar
en un mundo sumamente distinto del de un niño de clase alta, sino que talvez lo
haga de una manera completamente distinta que su mismo vecino de clase baja.
Resulta innecesario agregar que
la socialización primaria comporta algo más que un aprendizaje puramente
cognoscitivo. Se efectúa en circunstancias de enorme carga emocional. Existe
ciertamente buenos motivos para creer que, sin esa adhesión emocional a los
otros significantes, el proceso de aprendizaje sería difícil, cuando no
imposible. El niño se identifica con los otros significantes en una variedad de
formas emocionales; pero sean estas cuales fueren, la internalización se
produce solo cuando se produce la identificación. El niño acepta los “roles” y
actitudes de los otros significantes, o sea que los internaliza y se apropia de
ellos. Y por esta identificación con los otros significantes el niño se vuelve
capaz de identificarse el mismo, de adquirir una identidad subjetivamente
coherente y plausible.
Esta entraña una dialéctica entre
la auto-identificación y la identificación que hacen los otros, entre la
identidad objetivamente atribuida y la que es subjetivamente sumida. La
dialéctica, que se presenta en todo momento en que el individuo se identifica
con sus otros significantes.
Aunque los detalles de esta
dialéctica tienen, por supuesto gran importancia para la psicología social,
excederíamos nuestras actuales consideraciones si rastreamos sus implicaciones
con respecto a la teoría socio-psicológica. Lo que más importa para nuestra
argumentación presente es el hecho de que el individuo no solo acepta los
“roles” y las actitudes de otros, sino que en el mismo proceso acepta el mundo
de ellos. En realidad, la identidad se define objetivamente como ubicación en
un mundo de terminado y puede asumírsele subjetivamente solo con ese mundo.
El niño aprende que él es lo que
lo llaman. Cada nombre implica una nomenclatura, que a su vez una ubicación
social determinada. Recibir una identidad comporta adjudicarnos un lugar
específico en el mundo. Así como esta identidad es subjetivamente asumida por
el niño (yo soy John Smith), también lo es en el mundo al que apunta esta
identidad.
La socialización primaria crea en
la conciencia del niño una abstracción progresiva que va de los “roles” y
actitudes de otros específicos, a los “roles” y actitudes en general. Por
ejemplo, en la internalización de normas existe una progresión que va desde
“mama está enojada conmigo ahora” hasta “mama se enoja cada vez que derramo la
sopa”. A medida que otros significantes adicionales (padre, abuela, hermana
mayor, etc.) apoyan la actitud negativa de la madre con respecto a derramar la
sopa, la generalidad de la norma se extiende subjetivamente.
Su formación dentro de la
conciencia significa que ahora se identifica no solo con otros concretos, sino
con una generalidad de otros, o sea, con una sociedad. Solamente en virtud de
esta identificación generalizada logra estabilidad y continuidad su propia
auto-identificación. Ahora no solo tiene una identidad vis-a-vis de este o
aquel otro significante, sino también una identidad en general, que se
aprehende subjetivamente en cuanto sigue siendo la misma, no importa que otros
significantes o no se le presenten. Esta identidad con nueva coherencia
incorpora dentro de si todos los diversos “roles” y actitudes internalizados,
incluyendo, entre muchas otras cosas, la auto-identificación como no derramador
de sopa.
La formación, dentro de la
conciencia, del otro generalizado señala una fase decisiva en la socialización.
Implica la internalización de la sociedad en cuanto tal y de la realidad
objetiva en ella establecida, y al mismo tiempo, el establecimiento subjetivo
de una identidad coherente y continua.
Esta cristalización se
corresponde con la internalización del lenguaje. Por razones evidentes, según
nuestro análisis previo del lenguaje, este constituye, por cierto, el contenido
más importante y el instrumento más importante de la socialización.
Cuando el otro generalizado se ha
cristalizado en la conciencia, se establece una relación simétrica entre la
realidad objetiva y la subjetiva. Lo que es real por fuera se corresponde con
lo que es real por dentro. El lenguaje
es, por supuesto, el vehículo principal de este proceso continuo de traducción
en ambas direcciones. Hay que hacer notar, sin embargo, que las simetrías entre
la realidad objetiva y la subjetiva no pueden ser total. Las dos realidades se
corresponden mutuamente pero no son extensivas. Siempre hay más realidad
objetiva disponible que la que se actualiza realmente en cualquier conciencia
individual, sencillamente porque el contenido de la socialización está
determinado por la distribución social del conocimiento.
El individuo se aprehende a sí
mismo como estando fuera y dentro de la sociedad. Esto implica que la simetría
que existe entre la realidad objetiva y la subjetiva nunca constituye un estado
de cosas estático y definitivo: siempre tiene que producirse y reproducirse in
actu. En otras palabras, la relación
entre el individuo y el mundo social objetivo es como un acto de equilibrio
continuo.
En la socialización primaria no
existe ningún problema de identificación, ninguna elección de otros
significantes. La sociedad presenta al candidato a la socialización ante un
grupo predefinido de otros significantes a los que debe aceptar en cuanto
tales, sin posibilidades de optar por otro arreglo. Hic Rhodus, hic salta. Hay
que aceptar a los padres que el destino nos ha deparado. Por esta razón, el mundo internalizado en la
socialización primaria se implanta en la conciencia con mucha más firmeza que
los mundos internalizados en socializaciones secundarias. Por mucho que el
sentido de inevitabilidad original pueda debilitarse en desencantos
posteriores, el recuerdo de una certeza ya nunca repetida la certeza de los
primeros albores de la realidad sigue adherido al mundo primero de la niñez. De
esta manera, la socialización primaria logra que (retrospectivamente, por
supuesto) puede considerarse como el más importante truco para inspirar con
fianza que la sociedad le juega a individuo con el fin de dar apariencias de
necesidad a lo que, de hecho, es un hato de contingencias y así volver al
significativo el accidente de su nacimiento.
Los contenidos específicos que se
internalizan en la socialización primaria varían, claro está, de una sociedad a
otra. Es por, sobre todo, que el lenguaje lo que debe internalizarse. Con el
lenguaje, y por su intermedio, diversos esquemas motivacionales e
interpretativos se internalizan como definidos institucionalmente; por ejemplo,
el querer actuar como muchachito valiente y el suponer que los muchachitos se
dividen naturalmente en valientes y cobardes. Estos programas, tanto el
inmediatamente aplicable como el anticipatorio, establecen la diferencia entre
la identidad propia y la de otros: niñas, esclavos, o niños de otro clan. Por
último, existe internalización de, por lo menos, los rudimentos del aparato
legitimador: el niño aprende por que los programas son lo que son. Hay que ser
valiente, porque hay que hacerse un hombre de verdad; hay que realizar los
rituales, porque de otro modo los dioses se encolerizan; hay que ser leal al
jefe, porque solo así los dioses nos ayudaran en momentos de peligro etc.
En la socialización primaria, pues,
se construye el primer mundo del individuo. El mundo de la infancia, con su
luminosa realidad, conduce, por tanto, a la confianza, no solo en las personas
de los otros significantes, sino también en las definiciones de la situación.
El mundo de la infancia es masivo e indudable mente real.
De cualquier forma, el mundo de
la niñez está constituido como para inculcar en el individuo una estructura no
mica que le infunda con fianza en que todo está muy bien, repitiendo la frase
que posible mente las madres repiten con más frecuencia a sus hijos llorosos.
El descubrimiento posterior de que algunas cosas distan de estar “muy bien”
puede resultar más o menos chocante según las circunstancias biográficas, pero
en cualquiera de los casos es probable que el mundo de la niñez retenga su
realidad peculiar en la retrospección, y siga siendo “el mundo del hogar” por
mucho que podamos alejarnos de el en épocas posteriores, hacia regiones que no
tengan nada de familiar para nosotros.
La socialización primaria
comporta secuencia de aprendizaje socialmente de finidas. A la edad A el niño
debe aprender X, y a la edad B debe aprender y, y así sucesivamente. Así pues,
en cualquier sociedad todo programa debe reconocer que no es posible pretender
que el niño de un año aprenda lo que un niño de tres. Asimismo, la mayoría
programas tienen probablemente que definir las cuestiones en forma diferente,
según se trate de niños o niñas. Ese reconocimiento mínimo, por supuesto a la
sociedad los hechos biológicos. No obstante, existe más allá de esto una gran
variabilidad histórico-social en la definición de las etapas del aprendizaje.
Lo que todavía se define como niñez en una sociedad puede muy bien definirse
como edad adulta en otra, y las implicaciones sociales de la niñez pueden
variar mucho de una sociedad a otra.
El carácter de la socialización
primaria también resulta afectado por las exigencias del acopio de conocimiento
que debe trasmitirse. En ciertas legitimaciones pueden requerir un grado más
alto de complejidad lingüística que otras para ser comprendidas. Por ejemplo,
que un niño necesitaría menos palabras para comprender que no debe masturbarse,
porque eso causa enojo a su ángel guardián, que para comprender el argumento de
que la masturbación interferiría su ajuste sexual posterior.
La socialización primaria
finaliza cuando el concepto del otro generalizado (y todo lo que esto comporta)
se ha establecido en la conciencia del individuo. A esta ya es miembro efectivo
de la sociedad y está en posesión subjetiva de un yo y un mundo. Pero esta
internalización de la sociedad, la identidad y la realidad no se resuelven, así
como así. La socialización nunca es total, y nunca termina.
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